DE LA XXXII EXALTACION DE
LA NAVIDAD
PRONUNCIADO POR IRENE
GALALRDO FLORES,
EL DIA 10 DE DICIEMBRE DE 2009
Y ORGANIZADO POR LA ASOCIACION DE BELENISTAS DE SEVILLA.
En
Sevilla, se habían rezado completas en los cenobios y en los monasterios, en
las clausuras y en la casa de Dios y de San Francisco.
Los
pabilos se desnudaban de luces y el rumor de las calles se adormecía en los
muros del convento.
Un
rito que se repetía cada crepúsculo, cuando en el reloj de los tiempos sonaban
nueve tañidos tocando a ánimas.
Desde
su hermosa atalaya, la Concebida sin Pecado original, habiendo cerrado su libro
de horas y uniendo sus benditas manos,
derramaba su mirada en la profundidad del claustro grande.
“La
Sevillana”. Resuelta en luna. Hermosa como la misma luz. De rosadas mejillas y cabellos
de espuma, patrona de los fráteres de San Francisco y protectora del lego
Sebastián.
Con
la paciencia de la Orden que acogió hacía años en Écija, fray Sebastián de
Jesús, acunaba lentamente las llamas de la cera de la iglesia de la Casa
Grande, hasta dejarlas sumidas en un sueño de humo.
Una
a una, candelero por candelero y capilla por capilla.
Todas,
excepto las veinticuatro lámparas de plata del Perú, que ardían día y noche en
honor y devoción a la Santa y Vera+Cruz de Cristo.
El
Venerable Siervo de Dios, se encargaba de cubrir de aceite las medidas de las
luces, para que nunca se apagase ninguna de las veinticuatro llamas, que en
recuerdo del amor de los siglos y de Sevilla, brillaban en las naves de la
capilla, para loa y honor ante el Cristo de los de Asís.
Nadie
encomendó en ningún momento a fray Sebastián
aquella diaria tarea, pero él, que con tanto amor y devoción se acercaba
a diario al Cristo crucificado, aquel que visitaban continuamente cientos de
sevillanos depositando quimeras y ruegos a sus plantas, supo desde ese primer
día que estuvo cerca de Él, que su última morada sería la de su capilla, bajo
las losas que los fieles pisaban incesantemente, para rezarle en su Vera+Cruz.
Supo
fray Sebastián, que por Él, entregaría la vida a los más necesitados, que
obraría el milagro del pan y de los peces todos los días del año, una y mil
veces.
Supo
que Él, le daría el poder de curar en el nombre bendito de la Santa y Vera+Cruz, con una cruz del árbol del
laurel, que el propio Sebastián haría cientos de veces y donaría otras tantas,
a quienes se las solicitara.
Supo
nuestro hermano en Cristo, que dejaría esta tierra en olor de santidad.
Y
supo todo ello desde aquel día, que fijó su negros ojos en la tez mortecina de
Cristo, en sus poderosas manos, en las llagas de su cuerpo y en los labios
entreabiertos, que en la soledad de la capilla y en el silencio del claustro,
marcaron al fray el norte de su vida, con un susurro: “Sebastián toma tu cruz y
sígueme”.
Cuántas
veces, sin el encargo del Prior del convento, había arrullado hasta dejar
dormido en su cuna de heno y lentisco, al niño Jesús del Nacimiento.
Lo
disponía en último lugar para que no le rozasen el resto de las figuras.
A
María, le repasaba los pliegues de sus ropas jacinto y carmesí, con el más
delicado de los gestos.
Al
Patriarca Bendito, le retocaba la varita y las retamas, hasta dejarlas
perfectamente ordenadas.
Los
Magos, con sus legendarios camellos y sus arcas relucientes, eran dispuestos
próximos al Niño, pero sin que ninguno ocultase la faz tierna y rosada de
nuestro Redentor.
A
los pies del Belén, Fray Sebastián dejó ocultas bajo un paño del altar, varias
cruces que hizo en la mañana.
Solo
los ojos de los necesitados, darían con el lugar donde aguardaban, breves,
sencillas… tremendamente milagrosas.
El
lego franciscano abandonó la Capilla con el paso frágil y humilde.
Se
volvió mirando al Niño, plácidamente dormido cobijado en el portal y alzando
los ojos hacia el altar, le vio crucificado y magullado, abandonado en un sueño
de quimeras e injusticias, treinta y tres años más tarde, en su propia y
Vera+Cruz.
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