Hace varios años, siendo archivero de la Hermandad de la Santísima Vera Cruz de Sevilla, encontré un escrito sobre el enterramiento en la capilla de la Hermandad de Fray Sebastián de Jesús Sillero. Desde entonces he dedicado todo el tiempo que me ha sido posible a investigar su vida y su inconcluso proceso de santificación. Este blog, nace con el objetivo primordial de divulgar su vida y milagros, dando a conocer las investigaciones que he llevado a cabo y reuniendo todos los testimonios actuales, referentes a este Venerable Siervo de Dios. Ruego a los lectores que si conocen alguna noticia sobre él, la hagan llegar para su publicación, a través del correo: fraysebastiandejesussillero@gmail.com


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lunes, 22 de diciembre de 2014

DE LA XXXII EXALTACION DE LA NAVIDAD
PRONUNCIADO POR IRENE GALALRDO FLORES,
EL DIA 10 DE DICIEMBRE DE 2009
Y ORGANIZADO POR LA ASOCIACION DE BELENISTAS DE SEVILLA.


En Sevilla, se habían rezado completas en los cenobios y en los monasterios, en las clausuras y en la casa de Dios y de San Francisco.
Los pabilos se desnudaban de luces y el rumor de las calles se adormecía en los muros del convento.
Un rito que se repetía cada crepúsculo, cuando en el reloj de los tiempos sonaban nueve tañidos  tocando a ánimas.
Desde su hermosa atalaya, la Concebida sin Pecado original, habiendo cerrado su libro de horas  y uniendo sus benditas manos, derramaba su mirada en la profundidad del claustro grande.
“La Sevillana”. Resuelta en luna. Hermosa como la misma luz. De rosadas mejillas y cabellos de espuma, patrona de los fráteres de San Francisco y protectora del lego Sebastián.
Con la paciencia de la Orden que acogió hacía años en Écija, fray Sebastián de Jesús, acunaba lentamente las llamas de la cera de la iglesia de la Casa Grande, hasta dejarlas sumidas en un sueño de humo.
Una a una, candelero por candelero y capilla por capilla.
Todas, excepto las veinticuatro lámparas de plata del Perú, que ardían día y noche en honor y devoción a la Santa y Vera+Cruz de Cristo.
El Venerable Siervo de Dios, se encargaba de cubrir de aceite las medidas de las luces, para que nunca se apagase ninguna de las veinticuatro llamas, que en recuerdo del amor de los siglos y de Sevilla, brillaban en las naves de la capilla, para loa y honor ante el Cristo de los de Asís.
Nadie encomendó en ningún momento a fray Sebastián  aquella diaria tarea, pero él, que con tanto amor y devoción se acercaba a diario al Cristo crucificado, aquel que visitaban continuamente cientos de sevillanos depositando quimeras y ruegos a sus plantas, supo desde ese primer día que estuvo cerca de Él, que su última morada sería la de su capilla, bajo las losas que los fieles pisaban incesantemente, para rezarle en su Vera+Cruz.
Supo fray Sebastián, que por Él, entregaría la vida a los más necesitados, que obraría el milagro del pan y de los peces todos los días del año, una y mil veces.
Supo que Él, le daría el poder de curar en el nombre bendito de la  Santa y Vera+Cruz, con una cruz del árbol del laurel, que el propio Sebastián haría cientos de veces y donaría otras tantas, a quienes se las solicitara.
Supo nuestro hermano en Cristo, que dejaría esta tierra en olor de santidad.
Y supo todo ello desde aquel día, que fijó su negros ojos en la tez mortecina de Cristo, en sus poderosas manos, en las llagas de su cuerpo y en los labios entreabiertos, que en la soledad de la capilla y en el silencio del claustro, marcaron al fray el norte de su vida, con un susurro: “Sebastián toma tu cruz y sígueme”.
Cuántas veces, sin el encargo del Prior del convento, había arrullado hasta dejar dormido en su cuna de heno y lentisco, al niño Jesús del Nacimiento.
Lo disponía en último lugar para que no le rozasen el resto de las figuras.
A María, le repasaba los pliegues de sus ropas jacinto y carmesí, con el más delicado de los gestos.
Al Patriarca Bendito, le retocaba la varita y las retamas, hasta dejarlas perfectamente ordenadas.
Los Magos, con sus legendarios camellos y sus arcas relucientes, eran dispuestos próximos al Niño, pero sin que ninguno ocultase la faz tierna y rosada de nuestro Redentor.
A los pies del Belén, Fray Sebastián dejó ocultas bajo un paño del altar, varias cruces que hizo en la mañana.
Solo los ojos de los necesitados, darían con el lugar donde aguardaban, breves, sencillas… tremendamente milagrosas.    
El lego franciscano abandonó la Capilla con el paso frágil y humilde.
Se volvió mirando al Niño, plácidamente dormido cobijado en el portal y alzando los ojos hacia el altar, le vio crucificado y magullado, abandonado en un sueño de quimeras e injusticias, treinta y tres años más tarde, en su propia y Vera+Cruz.  


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